miércoles, 26 de agosto de 2020

📇 Un destello de emoción a 3.600 metros de altura: A un año del Campeonato Sudamericano de Wushu en La Paz, Bolivia.



Por Héctor Toledo
Campeón Sudamericano y medallista Panamericano de Wushu

Revisión: Edinson Yáñez


Al enterarme que la próxima edición del Campeonato Sudamericano de Wushu se realizaría en Bolivia, me pareció un gran desafío. Siempre había escuchado lo difícil que eran los partidos de fútbol en la altura de La Paz y la preparación que los deportistas debían afrontar para ir a lo más alto de América a competir. Todo esto generó, en mí y en el resto de mis compañeros, una suerte de curiosidad y determinación.

Nuestro equipo de Wushu iría con la mayor delegación en su historia (27 atletas entre junior y senior), y, eso, de una manera u otra, generaba confianza en nosotros. Sin embargo, esa confianza, nada hubiese significado de no existir un entrenamiento de años que la respaldara: sabíamos que ese trabajo, también, venía siendo realizado. Un trabajo serio, ordenado, que, día a día, iba tomando forma. Y, no sólo eso; íbamos, además, mentalizados en ganar. Sí, porque para eso entrenábamos y nos sentíamos un equipo fuerte y perseverante, un equipo que no miraba hacia arriba a países como Argentina y Brasil, como tantas veces hicimos en pasados sudamericanos. Era este, un equipo que contaba con atletas que fueron capaces de ir entrenar a las alturas del desierto, en Tarapacá, previo al viaje: algunos compañeros de sanda lo hicieron, junto a Hernán; un equipo con personas que, después de sus trabajos y estudios, iban a entrenar donde fuese, para mejorar un poquito más, a veces, cruzando desde Peñaflor hasta Peñalolén, donde el viaje de ida y vuelta era el doble que el tiempo de entrenamiento; un equipo con familias capaces de endeudarse por un año para ir a competir, cambiando vacaciones por un certamen de Wushu; un equipo que no rinde cuentas al COCH (Comité Olímpico Chileno), sino que se debe a su esfuerzo, y el de sus cercanos, esos pocos que saben de la existencia de este hermoso deporte.

Y, con ese espíritu, llegamos a La Paz. Aterrizaje forzoso, no por el avión, sino por nosotros, la altura nos recibió sin clemencia. Algunos, pararon en la clínica con oxígeno suplementario como Elizette, nuestra Jueza de Taolu, otros, comenzaron con dolores de cabeza insoportables; los niños sufriendo nauseas, y, mientras unos empeoraban, los que aun resistían, se encargaban del cuidado y apoyo al resto, hasta que, casi sin excepción, todos sentimos el golpe de los 3.600 metros sobre el nivel del mar.

Pero, el entrenamiento debía mantenerse; además, cumplir con el reconocimiento del área de competición, y se hizo. Nuevamente, con más ganas que fuerzas, y con los más grandes cuidando que los pequeños dosificasen su esfuerzo, cumplimos la tarea, siempre tratando de ser profesionales, aunque sabemos que somos los más amateur entre los amateurs. De pronto, al lado nuestro, el resto de las delegaciones: pudimos ver al equipo brasileño tan afectado como nosotros, y eso, nos hizo constatar que la cancha estaba pareja para todos; o, mejor dicho, que el tapete estaba a 3.600 metros para todos los competidores bueno, casi todos: los bolivianos volaban sin cansarse en la ceremonia de apertura.

Y llegaron los días de competición. A pesar que algunos compañeros de sanda, como Patricio y Marduk, no pudieron sobreponerse físicamente a las condiciones estresantes a las que se sometieron, los que sí pudieron presentarse, en pelea, dieron tremenda batalla en el leitai (plataforma de combate); una contra el oponente, otra contra la altura: contra la fata de oxígeno, contra el cabezal, incluso, contra el sorteo de las llaves, que bastante poco tiempo dejaron, en ocasiones, para la recuperación. Los combates de los más experimentados, Eduardo y Bastián, eran seguidos por todo el coliseo -y no desentonaron- ganando cada uno su primera pelea; No por nada, dos meses después, estarían disputando el Mundial de Wushu, en Shanghai. El resto del equipo de sanda no defraudó, Mauricio, Jazmín y, especialmente Alfonso, quien fue voraz en su combate confirmaron el buen nivel que, en esta disciplina, Chile exhibe desde hace un tiempo. A la postre todos fueron medallistas sudamericanos. No obstante, sé que todos querrán regresar al leitai a disputar el primer lugar, esquivo en esta ocasión, en La Paz.

Taolu fue otro espectáculo. En contraste al sanda, la parte artística y los colores en el tapete. Los niños chilenos iban pasando, uno a uno, con nerviosismo e ilusión, con la respiración y el pulso acelerado por la ansiedad y por la altura. Quizás, ellos tenían más entereza que los grandes en estas instancias, porque nosotros Juan, Tamara, Edinson, Fabián—, los más experimentados (o viejos, si queremos ser más francos), llegamos desfasados, aprendimos a golpes que debíamos entrenar, y entrenar bien, que necesitábamos corregir la técnica, debíamos trabajar la fuerza, hacer planificaciones, alimentarnos adecuadamente y, quizás lo más importante, que no éramos menos que lo otros atletas. Quizás, la joven y talentosa Camila venga con una mentalidad fresca como la generación de los niños; pues ellos, los pequeños, fueron el punto fuerte en taolu, tanto que técnicos de basta trayectoria de Perú y Brasil lo reconocían y felicitaban el trabajo de Chile. Y cómo no, si de las 16 medallas de oro que trajo el equipo chileno, 13 de ellas fueron logradas por ellos, por los niños del Wushu chileno. 

Para los que gustan de las estadísticas, les puedo decir que, de 24 participaciones, sacaron podio en 19; es decir, en el 79%. Y, en un 54% de ellas, fue con el primer lugar. ¿Futuro prometedor, cierto? Así es. Allí estaban Victoria, que con 8 años ganaba una categoría donde competían niñas hasta 12 años; Amparo, que ganaba doble medalla de oro, al igual que Ignacio, Tomás y Benjamín, posicionándose sobre reconocidos atletas de Perú, Argentina y Brasil. Ahí, estaba Constanza, que a puro corazón se plantó en el tapete a competir y ganar. Ahí, estaban Renato, Dania, Nathalie, Noa y Martín logrando sus primeras medallas en un Campeonato Internacional. Ahí estuvo Antonia, que entre lesiones y confusiones de niña, se presentó, también, a competir. Y, por último, cuánta entereza y superación se vio en Agustín y Arturo, quienes, sin duda, irán por su revancha, porque ya eligieron el Wushu, y en el Wushu no hay excusas para no seguir intentándolo. Qué sería de nuestro entrenamiento diario sin atender a nuestras metas y desafíos, sin cultivar la perseverancia y la paciencia.

Al final, la premiación, las fotos con todos los atletas de otros países; los abrazos, los niños jugando con una improvisada pelota; las despedidas, y los “hasta el próximo Campeonato” al que Chile quería postularse, pero eso es otra historia…

Al otro día, pasado el remolino de emociones y sin dimensionar lo trascendente de la experiencia, con el poco tiempo que contábamos, nos fuimos a recorrer La Paz, las ruinas de Tiwanaku y, los más osados, el lago Titicaca.

Quizá nunca más se realice un Campeonato Sudamericano de Wushu en La Paz, quizá pase mucho tiempo para poder volver a estar en cualquier gimnasio del mundo compitiendo como lo hacíamos hasta ese entonces; pero, no olvidaremos lo valioso que fue sobreponerse a las adversidades de todo tipo en aquel viaje, donde un grupo de casi 40 personas, entre atletas, técnicos, jueces y familia suspendieron sus vidas cotidianas por unos días para vivir un destello de emoción en las alturas. 



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